Danza Cósmica: el movimiento se inició con un golpe de tambor
Cuando no se escucha ningún rumor en la tierra. Un vacío callado. El sonido de un tambor llega desde el cielo. Golpe seco, probeta milimétrica que contiene los segundos exactos que han de transcurrir entre el siguiente estruendo, medida que genera el silencio sonoro que acosa la voz retraída de los demonios que acechan en la gravera, que amenazan la cosecha.
Golpe opaco: amapola roja. El pulgar de un pie desentraña los nubarrones. Golpe, la tierra retumba: árbol. Redoble, dientes apretados: escarabajo. Shiva danza enloquecido, sus brazos son fuegos llameantes; sus piernas, columnas espúreas; sus manos, llenas de semen creativo producido por el onanismo de saberse en movimiento.
Un círculo cerrado delineado por la rotación frenética de sus pies. Esfera inconclusa por ello, circunferencia resquebrajada por la vibración de las zancadas. Odre apretujado que ha expulsado todo su aire, útero que invita a conocer las esculturas formadas por el eco de su interior. El dedo índice de Shiva se asoma impertinazmente.
Graves y agudos se imbrican, los manotazos sobre la piel del tambor crean un lenguaje que se habla a sí mismo, signos solipsistas que rebotan contra lo enunciado, palabras inentendibles que sólo animan a expulsar un nuevo alarido. Pero el ritmo que ejecuta el tambor se convierte en voz fónica, en vocal tildada que recoge y amamanta el sonido a puño del tambor. Las gotas de sudor recubren el cuerpo del dios: un sauce, un insecto alado, una montaña.
Los brazos extendidos, la punta de un pie sobre el suelo en atibanga. Su boca adopta forma de “u”: un viento fresco refresca las ingles, extiende el fuego que habita en la selva del círculo que forma la danza. La boca se abre más aún, y vuelve a cerrarse. En la locura del giro el sonido labial se confunde con el de la lengua contrapuesta al paladar y, éste a su vez, con la gárgara que ensaya la garganta. Vocal-consonante designan: el símbolo fónico se convierte en espacio. La voz es emitida en un punto de la circunferencia, su vibración permanece en el aire. Algunos grados más adelante, el grito se repite y los dos cloqueos colisionados en el aire, se convierten en el tiempo transcurrido entre las dos emanaciones, en el tiempo inmutable de la génesis. El objeto cobra forma, se conduce al rincón al que ha sido encomendado.
Shiva comienza a hacer vibrar sus cuerdas vocales. Mantiene la boca cerrada. Un segundo, dos, tres… El sonido se convierte en una piedra veteada. La mano cerrada se llena de semillas pardas. Sus cejas son un risco, el circo de un glaciar inmenso, virgen, inexpugnable. El movimiento desmedido abre un surco: de su frente emana un río que ocupa su nariz combada, sus jugosos labios torneados, fisonomía del curso del Ganges.
Las culebras miden el contorno de su pecho, las babosas anidan en el interior de sus axilas, sobre su pene erecto, se asientan los dedos picudos de un pájaro. La horma impecable de su empeine, generador del tiempo cíclico, del silencio circular, una caja de resonancia ubérrima que gesta y pone carne al sonido ideo-gramático que es albergado en su interior, se coloca sobre la mejilla aplastada del demonio usurpador, hilador del silencio lineal, del tiempo eterno e inmodificable que taponaba los poros de la tierra.
Shiva es un general, un príncipe cola, es una dúctil doncella de suntuosos pechos. Shiva es el dios hermafrodita de voluptuosa potencia eréctil, pero que igualmente, precisa descubrir la sensación de la leche materna acudiendo a colmar sus senos, sentir la ebullición de la ira protectora de la madre, percibir el corte de la cesárea para conocer el significado de la Creación en su completud y dirigirse, pertrechado con sus armas invencibles, al campo de batalla donde las fuerzas gravitatorias quedarán confrontadas, y de cuya explosión, saldrán despedidas a la tierra simientes de todos los colores.
(Poema escrito por Miguel A. Ramirez Cordón, filósofo y poeta )